En el aprendizaje basado en problemas el alumno es el protagonista de su propio aprendizaje. ¿Suena bien, a que sí?
“Pero, ¿para qué sirve esto de las fracciones?” Si no has oído todavía la frase de boca de tus hijos, ya lo harás. Y seguro que te has visto (o te verás) en un apuro para explicárselo. Y no es que estudiar las fracciones no sirva para nada, es que, vistas así, en frío, parecen tan lejanas de la realidad… Normal si no se te ocurre un ejemplo, a nosotros tampoco; es lo que tiene la educación dirigida y teórica que hemos conocido.
El aprendizaje basado en problemas (llamado también PBL por sus siglas en inglés) parte de una idea sencilla: el aprendizaje debe imitar la vida real, en la que aprendemos al intentar solucionar los problemas que se nos plantean. No hay teoría, ejercicios o exámenes, ni siquiera un contenido predefinido (al menos evidente). Hay tan sólo un problema, un grupo de niños y niñas empeñados en resolverlo y un profesor o tutor que los guía y apoya.
En la enseñanza tradicional, el profesor estima las supuestas carencias del alumno (lo que no sabe) e imparte unos contenidos para solucionarlo (lo que tiene que aprender). En PBL, por el contrario, el tutor plantea un problema y es el alumno quien aplica las habilidades y estrategias con las que cuenta (lo que sí sabe) e identifica sus propias carencias (lo que no sabe) para solucionar el problema.
PBL vs aprendizaje tradicional
No se trata de desacreditar los métodos tradicionales, que también tienen principios y aplicaciones muy válidas y aprovechables; pero, pasemos a conocer un poco mejor las ventajas del aprendizaje basado en la resolución de problemas.
1. Se basa en el autoaprendizaje y la autoevaluación.
El alumno tiene que analizarse para ser consciente de lo que ya sabe y de lo que le falta por aprender. Además, ese proceso es continuo, no para nunca.
2. Favorece un pensamiento práctico, crítico y creativo.
El objetivo es solucionar un problema real, sin indicar al alumno cómo hacerlo de antemano, lo que pone en valor su imaginación y lo libra del patrón del pensamiento único. Tendrá que relacionar conocimientos y habilidades distintas y de varias disciplinas a la vez.
3. Desarrolla valores de autonomía y compromiso.
Los alumnos deciden en conjunto qué, cuándo y cómo deben averiguar y aplicar conocimientos, repartiendo tareas y cometidos, aprovechando las virtudes de cada uno.
4. Mejora las capacidades de investigación, búsqueda y manejo de información.
Algo fundamental en un mundo en el que ya no es tan importante memorizar conceptos y contenidos como saber dónde están almacenados, cómo acceder a ellos y cómo discriminar lo que buscamos exactamente en un maremágnum de datos.
5. Fomenta el trabajo en equipo y las habilidades comunicativas.
No se trata de “ganar” a los demás o de alcanzar la mejor nota posible, sino de elaborar una estrategia entre todos. Hay que saber explicarse y aceptar las ideas ajenas.
6. Crea el hábito de resolver problemas.
Resolver problemas ayuda sobre todo para… bueno, para aprender a resolver problemas. Para cualquier persona desarrollada es fundamental la toma de decisiones y tener lo que se llama pensamiento resolutivo.
Seguramente la mayor ventaja del sistema es que puede usarse en casa. Plantea a tus hijos un problema, algo concreto y práctico; puede ser algo que tú también tengas que solucionar en la vida real. Trabajadlo juntos, analizando lo que queréis conseguir y cómo. Enseguida detectaréis lo que sabéis y lo que no sabéis. El resto es fácil: buscad la información que os falta y aplicadla 🙂