¿Alguna vez has cocinado con tus hijos? Si no lo has hecho, no sabes lo que te pierdes. Esta es una decidida llamada a hacerlo, y cuanto antes. No sólo te lo pasarás estupendamente, sino que estarás iniciándolos en una de las partes más elementales de la vida: preparar los alimentos que vamos a comer. Un gran paso hacia su forja como personas independientes y autónomas.
Cierto, hay que armarse de paciencia al principio, tener mandiles y ropa vieja a mano, procurar ponérselo fácil con una mesa baja o una banqueta y vigilarlos con aprensión cuando cojan un cuchillo. Pero merece mucho la pena, ni te imaginas la de ventajas que tiene para ellos (y para nosotros) que aprendan a cocinar temprano.
¿Cómo de temprano, por cierto? Pues las primeras manipulaciones, las más simples como amasar, chafar o mezclar, pueden hacerse desde los 2 años. A los 4-5 han desarrollado prácticamente la psicomotricidad necesaria y a partir de los 6-7 pueden ser pinches casi completos (en lo que su talla les permite). Ojo simplemente, con el lado más peligroso: los cuchillos y los fuegos.
Facilita el desarrollo de habilidades físicas e intelectuales
El primer y notorio beneficio es una mejor actitud hacia la comida por parte de los niños que cocinan. Tienen una actitud más abierta y mejor disposición a probar alimentos nuevos. Mano de santo para los malos comedores. Si incluyes la fase previa de ir al mercado, mejor todavía, al ver el alimento en todas sus fases, de la tienda a la mesa.
En el ámbito de su desarrollo físico también ayuda: la cocina es un paraíso de experiencias sensoriales donde las texturas, sabores, olores, colores y hasta sonidos estimularán su curiosidad e imaginación. Además, entrenarán sus destrezas motoras, sea removiendo la masa de un bizcocho, rellenando huevos cocidos o cortando en daditos.
Cocinar tiene una parte más “intelectual”. Se ejercita la memoria, el trabajo con procesos secuenciales y la experimentación; las recetas son el ejemplo más claro de ello. También requiere usar ciertas nociones matemáticas a la hora de pesar, calcular y escalar, aparte de descubrir que el cocinado provoca ciertos cambios en los alimentos que algún día recordarán en sus clases de química y física.
En la cocina también hay que recoger, fregar y limpiar, y mientras unos hacen una cosa, otros hacen otra. Es otra faceta muy positiva, en este caso relacionada con la adquisición de responsabilidades colectivas: cocinar ayuda a interiorizar la necesidad de participar en las tareas de la casa y de trabajar en equipo.
La cocina condimenta una crianza rica y con fundamento
Además, y de forma complementaria, los niños que cocinan son más conscientes de lo que cuesta preparar la comida, menos propensos al derroche, más respetuosos con el alimento. Valores y conductas que, creo que estaremos de acuerdo, parecen estar cayendo en el olvido a pasos agigantados y son cada vez más difíciles de adquirir.
La cocina es el ambiente perfecto para comunicarte con tus hijos de forma tranquila, de contarles los recuerdos que te traen algunos ingredientes o cómo cocinaba la abuela aquellos mismos platos. Al mismo tiempo, es una gran oportunidad para que expresen sus gustos, den rienda suelta a su creatividad de forma productiva y superen algunos sinsabores cuando una receta se tuerce o un pastel no sube.
Si no sabes ni por dónde empezar, hazlo por recetas sencillas: todo lo que sea masa y vaya al horno les encanta. Luego podéis pasar a recetas que potencien su interés, pero no te quedes ahí: comer tomates que parecen mariquitas está bien, pero nada como un buen cocido. Cuanto antes empiecen con recetas “de verdad”, mejor.
Es evidente que si tú mismo o misma no cocinas lo tendrás complicadillo para iniciar a tus hijos en la materia. ¡Pero no desesperes! Nadie nace aprendido y nunca es tarde, ponte a ello tú también, disfrutarás seguro y vivirás momentos familiares impagables. Hoy es más fácil que nunca. Algo bueno tenía que tener tanto programa de cocina en la tele.