Las matemáticas son una materia difícil para muchos, tanto que se asume como una de las que aglutinan mayores índices de fracaso y rechazo en las escuelas. Y sin embargo, las competencias matemáticas son fundamentales en la vida, y no sólo para hacer la declaración de la renta, como me decían a mí en el cole. ¿Has oído hablar de eso de Big Data (http://www.eleconomista.es/tecnologia/noticias/5578707/02/14/La-moda-del-Big-Data-En-que-consiste-en-realidad.html)?
A ver, ¿dónde radica el problema? Por una parte, en que las matemáticas exigen a nuestro cerebro un razonamiento de tipo deductivo que requiere un mayor esfuerzo de atención que los razonamientos inductivos. O sea, exige un mayor gasto de energía a nuestro cerebro que, económico por naturaleza, se resiste a hacer ese gasto.
Por otra parte, la matemática usa un lenguaje que no es el que usamos normalmente, el que asumimos desde pequeñitos para entender el mundo. Es decir, nosotros pensamos en palabras, no en números; en signos con un significado verbal, no lógico. Razonar en términos matemáticos es en cierta medida como cambiar de idioma, pero el salto es todavía más grande que si tuviéramos que pensar en chino, por ejemplo.
Una cuestión de amueblamiento cerebral
Hay más razones para encontrar las matemáticas difíciles. Está la cosa de su carácter acumulativo. O sea, que para aprender a dividir hay que saber multiplicar, y para multiplicar, sumar. Y no veas cuando pasamos a senos y cosenos, integrales y derivadas. Si por lo que sea se nos complica interiorizar lo más básico, entender lo más complicado será una tarea casi imposible.
Para rizar el rizo, parece que siendo niños no estamos biológicamente muy por la labor de realizar pensamiento abstracto. Parece que el lóbulo frontal del cerebro, que se encarga del razonamiento frontal y abstracto, no madura totalmente hasta los 20 años; que lo nuestro en la infancia y la adolescencia es la impulsividad (toma notición). Por eso se suele escuchar en las aulas de mates eso de “a ver, piensa un poco antes de responder…”.
Entonces, ¿por qué para alguna gente resultan más fáciles que para otra? ¿Las mates son difíciles o lo parecen? Sin duda hay casos y casos, a quien se le da mejor o peor el pensamiento abstracto y eso de la resolución de problemas, pero buena parte del rechazo tiene que ver con una falta de motivación en la que todos tenemos bastante culpa.
En casa tenemos mucho trabajo que hacer, empezando por crear un entorno que facilite la concentración (fundamental para estudiar matemáticas) y mostrar una buena actitud hacia ellas; la excusa “yo es que soy de letras”, aparte de rancia, no ayuda nada. Si realmente haces el esfuerzo pero no te ves capaz, hay un montón de aplicaciones para practicar matemáticas en casa (https://supertics.com/matematics-metodologia-refuerzo-matematicas-primaria-online) con tus hijos de forma amena.
La motivación es un elemento fundamental
Aparte de que hay un buen puñado de formas de mejorar las competencias relacionadas con las matemáticas “sin que se note”, digamos. Jugar al ajedrez es una de ellas; no te digo que sea tan visual como el Call of Duty así de salida, pero también mola, sobre todo cuando ganas (y si ves que no te dejan ganar; en ese caso, ni lo intentes).
Otra buena idea es poner en relieve juntos aquellos ámbitos cotidianos en los que la matemática nos resuelve la papeleta, a veces sin darnos cuenta. Los hay a millones, desde la programación de los semáforos o saber si es mejor jugar a la ruleta o a la lotería, hasta recalcular las cantidades de una receta de cocina, por no hablar del ámbito informático.
En último término, las matemáticas son rechazadas por los niños también por una falta de motivación adecuada en las aulas (siento tirar la piedra en esa dirección, pero es así). Se exponen conceptos complejos sin explicar por qué y para qué, con un aire condescendiente de “ya verás, en el futuro verás por qué te cuento esto” que resulta exasperante. Urge responder de una vez la eterna pregunta de “y esto, ¿para qué vale?”