¡Mamá, papá me aburro! Muchos de nosotros, al oír esta frase, acudimos rápidamente al rescate con ideas, juguetes o cualquier cosa que tengamos a mano para evitar que nuestros hijos se aburran a toda costa. Como si su aburrimiento nos gritara que somos malos padres o que no les estimulamos suficiente. Pero cada vez más expertos están de acuerdo y aconsejan que el aburrimiento es necesario y los niños deben enfrentarse a esta situación por ellos mismos y resolverla.
El aburrimiento tiene consecuencias muy positivas para el desarrollo de la autonomía y la creatividad de los niños, y va acorde con formas de educar de generaciones anteriores a la nuestra o la nueva corriente, de la que hablábamos en nuestro artículo sobre la Hiperpaternidad, llamada “sana desatención”. Si estamos constantemente encima de nuestros hijos, programando cada minuto de su día, solucionandolo todo por ellos, no les estamos permitiendo que aprendan a ser independientes, que usen herramientas para resolver situaciones.
Nuestro hijo se enfrentará a situaciones en las que necesitará de este aprendizaje para “auto-entretenerse” como en reuniones con adultos, o tiempos de espera interminables en el aeropuerto. Los niños se aburren porque están en permanente exploración. El aburrimiento es, en cierto sentido, el recurso de la imaginación para ampliar horizontes.
Si nuestros hijos tienen un exceso de tiempo ocupado, sea con actividades extraescolares o de ocio dirigido, su capacidad de imaginar se verá afectada y encontrarán más difícil resolver esos momentos de aburrimiento. O lo que es lo mismo, gestionar su tiempo. O sea, que no sabrán qué hacer si nadie se lo dice o les guía en el proceso. Por otra parte, la acumulación de estímulos resta a éstos parte de su valor. Es necesario un cierto tiempo para paladear y asumir lo que vivimos y aprendemos. Acuérdate de ese viaje organizado en el que recorriste tres ciudades en cinco días; luego no te acuerdas de dónde estaba qué, ni siquiera de lo que has visto. ¿Era el Duomo de Roma y el Coliseo de Florencia, o al revés?
Si ya has decidido dejar que tu hijo se aburra, aquí tienes unos cuantos consejos para empezar 🙂
1. Dale tiempo y espacio para que estén solos.
Una buena opción es que pase más tiempo con otros niños y al aire libre. La autonomía hace a las personas en general más resolutivas, al acostumbrarse a tomar decisiones solas, y los niños no son la excepción. Eso sí, si aún es pequeño, estaremos presentes en la distancia para asegurar que no les pasa nada.
2. Actividades sí, pero no dirigidas ni programadas.
Es el llamado tiempo no estructurado. No te apures, ellos encontrarán cosas que hacer o en qué pensar. Acompañarlos en el proceso no es malo (aburrirse juntos), pero dejando que él tome la iniciativa. Clásicos como encontrar formas en las nubes nunca fallan.
3. Poner materiales a su disposición.
Como juegos de construcción, elementos de manualidades, herramientas o libros, pero sin decirles qué hacer ni cómo hacerlo. Siempre de acuerdo a su edad, claro. No hace falta que sean materiales necesariamente sofisticados, al contrario. Entretenerse con un palo requiere mayor imaginación y proactividad que hacerlo con un videojuego.
4. No solucionar el obstáculo.
A veces hay cosas que no tienen solución, y otras veces a tu hijo se le puede ocurrir una solución que tú ni te habías imaginado. Y como siempre, no nos olvidemos de reforzar positivamente el hallazgo si sucede.
5. Otra buena idea es el Tarro del Aburrimiento.
A todos nos pasa: en algunos momentos nos sobran ideas para entretenernos, y cuando nos aburrimos no se nos ocurre nada. Propón a tu hijo que escriba en un papel actividades que quiera hacer, y cuando oigas el proverbial “me aburro…”, recurrid al tarro.
El aburrimiento en sí puede considerarse un fastidio; a nadie le gusta aburrirse (algo que deberíamos mirarnos, por cierto), pero es el niño quien debe darse cuenta de que lo es, y si lo es, ocuparse de ello. Dale una oportunidad, y verás cómo te sorprenden las cosas que se le pueden llegar a ocurrir.
No darles la ocasión de aburrirse es no darles tiempo para reflexionar, para la introspección, para la generación de actividades y pensamiento autónomos. Cuando de pequeño le decía a mi abuela que me aburría, me respondía: “pues no sea burra usted”; un pequeño juego de palabras con el que salía del paso y sin darse cuenta me ayudaba enormemente a convertirme en una persona más autónoma e independiente.