“Cuanto antes, mejor”, un viejo lema que solemos escuchar o incluso aplicar a todas las facetas de la educación infantil, y que no es lo ideal en el caso de la lectoescritura.
Vivimos en una era de estimulaciones precoces. Aunque en las últimas décadas la infancia y sobre todo la adolescencia se han alargado, nuestros hijos se inician cada vez más pronto en todo. Al parecer, aprender a leer y escribir tiene su momento, y adelantarlo no sólo no ayuda, sino que puede ser contraproducente.
Sí, pocas cosas hinchan más el pecho de los padres que un niño pequeñito leyendo o escribiendo a temprana edad. Que no está mal que los niños, por iniciativa propia, se interesen y hagan avanzadillas en el mundo de la lectoescritura. Y sin embargo, los especialistas se muestran escépticos con el “cuanto antes, mejor”.
Es necesario afianzar el lenguaje oral (comprensión y expresión) antes de construir sobre esos cimientos: hablar y entender. También es necesaria cierta destreza psicomotriz, así como un buen desarrollo psicológico y cognitivo para entender la simbolización (sustituir una cosa por otra, por ejemplo un sonido por unos trazos en un papel).
Andar antes de correr
A pesar de que cada niño es un mundo, ¿nos atreveríamos a dar una edad ideal? De los 5 a 6 años es una buena edad, aunque puede haber tomas de contacto más tempranas, desde los tres años. Estos contactos previos no deben ser sistemáticos ni exigir al niño que domine ni la lectura ni la escritura, y siempre con el componente lúdico por delante.
A esas edades, reconocer algunos signos (las cifras, algunas mayúsculas) y comenzar a manejarse con un lápiz es más que suficiente. Y si no, también está bien. Lo más interesante es despertar su curiosidad, pero en ningún caso forzar la máquina, pues podemos causar el efecto contrario al deseado, y que nuestros hijos se frustren y se desmotiven antes de empezar.
Nos gusta compararnos con Finlandia, ¿verdad? Pues en aquellas remotas tierras, aparte de que la mitad de los niños no van al colegio antes de los 6 años (en España a los 2 años la mitad de nuestra población infantil está escolarizada), no se comienza con la lectoescritura hasta los 6-7 años; antes de esa edad no se les considera suficientemente maduros.
Asegurémonos antes de que tengan unos buenos cimientos: coordinación motora amplia, organización visual, un vocabulario rico y buena capacidad de escucha. Y ante todo, motivación (o mejor, no estar desmotivado antes de empezar). Por usar un ejemplo, enfrentarse a un maratón sin saber ni siquiera calentar o estirar la musculatura… Los “calambres” serían los problemas de comprensión y expresión que aparecen más adelante, en torno a los 12 años.
¿Innecesario o contraproducente?
¿Contraproducente? Puede ser. El caso de la escritura es más evidente, se ve mejor: un niño va ganando destreza “del hombro a la mano”; primero domina los movimientos del brazo y finalmente los de los dedos. Poner a los niños a escribir sin haber adquirido la destreza manual mínima necesaria no es un entrenamiento, es un vivero de malas posturas.
Algo parecido pasa con la lectura, pero dentro de sus cabecitas. El salto de la oralidad a la literalidad implica un salto del tiempo (un sonido después del otro) al espacio (un signo detrás del otro), y puede resultar demasiado abstracto y confuso. Del predominio del oído al de la vista/tacto hay también un cambio importante.
Los niños tienden a interesarse por la lectura o la escritura como por cualquier otra cosa que hacen sus mayores: por imitación. Pueden identificar, reconocer o intentar reproducir las letras que componen su nombre (lo tendrán más fácil si se llama Alma que si se llama Nabucodonosor), “hacerse amigos” de algún número o letra o fantasear con “escribir” una carta a los abuelos o a un amigo.
En cualquier caso, cada niño tiene su propio ritmo de maduración; ¿a que no puedes meterle prisa a un tomate para que se ponga rojo? Pues con los niños, lo mismo. Eso sí, leer cuentos con él y poner materiales de dibujo y escritura a su disposición no hace ningún mal, pero con el objetivo de que se divierta y se interese de forma espontánea.