La asertividad apareció en el vocabulario especializado en los años 50 del siglo XX y sólo ahora está empezando a popularizarse entre nosotros, pobre padres mortales. En este post intentaremos daros unas cuantas pistas para enseñar a ser asertivos a los niños. Una tarea nada fácil, como veremos, pero con beneficios fundamentales para su desarrollo como adultos independientes y, con suerte, felices.
Lo primero es lo primero: ¿qué es la asertividad? Se define como la capacidad de conocer y defender los derechos propios sin dejar de respetar a los demás. Consiste en, conociendo nuestros propios sentimientos y opiniones, saber decir un “no” firme a quien quiera manipularnos o quebrantar nuestra voluntad. Es un comportamiento de autoafirmación apoyado en la empatía y la comunicación.
Conviene diferenciar qué es ser asertivo de lo que no lo es. La agresividad y la sumisión serían los dos polos conductuales entre los que oscila la asertividad. No debemos confundir un comportamiento asertivo con ser un matón o con ser sujeto pasivo de la agresividad ajena. Con frecuencia los niños (como los adultos) tendemos a caer en uno de los dos lados, cuando en el medio está el punto de equilibro.
Enseñar a ser asertivo pasa por comportarse con asertividad
Las conductas más o menos concretas que buscamos serían:
- Ser capaces de decir “no” de forma firme.
- Expresar peticiones, posiciones y sentimientos con claridad.
- Reaccionar de forma controlada si no estamos siendo respetados, y aceptar satisfactoriamente cuando somos nosotros quienes no respetamos a los demás.
Ahora bien, ¿cómo ser asertivo y cómo hacer que un niño sea asertivo? Es un proceso largo y sinuoso y es a partir de los ocho años (aproximadamente) cuando puede empezar a implantarse; antes, los niños no habrán desarrollado ni el atributo de la empatía ni las habilidades sociales necesarias para comprender y usar la asertividad.
Para enseñar asertividad lo primero es aprenderla, es decir, debemos dar a nuestros hijos ejemplos de asertividad en nuestra vida cotidiana. Como cuando rechazamos a un vendedor pesado o solucionamos un conflicto con firmeza pero con respeto. Luego habrá que trabajar una actitud asertiva básica cotidiana:
- Dejar claro que al niño que, como cualquier persona, tiene el derecho a ser respetado; se puede usar esa palabra, “derecho”, utilizada en casos concretos (como “Juan tiene derecho a no ir a la fiesta si no quiere”).
- Fomentar que genere sus propias opiniones y decisiones (y respetándoselas, lógicamente), de nuevo en casos sencillos de la vida diaria: eligiendo el menú en el restaurante o instándole a que dé su opinión.
- Reforzar su individualidad en los casos de niños poco asertivos; en los casos de asertividad excesiva, recordar que los demás también son individuos igual de respetables que uno mismo.
- No se puede gustar a todo el mundo; cuanto antes se tenga esto claro, menos miedo a disgustar tendrá nuestro hijo y mejor encajará las negativas.
La autoconfianza es la clave para aprender a ser asertivo
En el proceso para aprender a ser asertivo hay una parte de “posicionamiento interior” y otra de comunicación. Esto funciona tanto para niños demasiado pasivos como para niños demasiado agresivos.
Posicionamiento:
- Ser consciente de los límites (físicos y emocionales): hasta dónde podemos llegar, nosotros y los demás.
- Ponerse en el lugar del otro para comprenderlo (empatizar) nos permitirá exigir lo mismo de ese otro.
- Ser uno mismo y expresarlo sin miedo es fundamental para ganar en seguridad.
Comunicación:
- Ejercer un estilo de comunicación franco y honesto.
- Escuchar y valorar a los demás es tan importante como expresar la propia opinión.
- Ejercicio del “yo”: construir frases siguiendo la estructura “yo siento/quiero… cuando… porque…” (ejemplo:
“yo siento enfado cuando me quitas el libro porque lo estaba leyendo”).
La asertividad se desarrolla poco a poco y sobre todo en momentos a veces desagradables; las actividades colectivas y de equipo, especialmente las deportivas, también son excelentes caminos para el desarrollo de la asertividad, un objetivo escurridizo que, una vez vislumbrado, nos ayuda a comunicarnos de una manera mucho más saludable. El esfuerzo merece la pena.